Australia, Sudáfrica, Nueva Zelanda, América del Sur, son afortunados territorios que reciben cada año la feliz noticia de que llegaron las ballenas, buscando en los meses menos fríos las aguas ideales para migrar y aparearse. Allí donde nace la vida de estos cetáceos, también encuentran la muerte cientos de ellos por los varamientos masivos que ocurren en las costas.
Tan solo en el Golfo de San Jorge, en la provincia de Chubut, Argentina, el espectáculo de las ballenas convoca a unos 100 mil turistas por temporada, sin embargo, tras la alegría del recibimiento está la pena de verlas encallar sin saber muchas veces cómo devolverlas a las aguas más profundas.
El drama ocurre hace siglos, pero mientras la ciencia investiga razones, cada año perecen nuevos ejemplares, que se vienen a unir a todos esos que, en manos del hombre, fueron asesinados para “fines científicos” o ricos manjares de alcurnia.
Es pues, doblemente difícil para los rorcuales, llegar a la adultez y perpetuar una de las magnánimas especies que habitan en nuestros mares.
En 2010 tambien sonaron las campanas de animales que quedaron muertos en las playas de Brasil o Argentina. Hace poco más de un año la catástrofe tocó a las márgenes del litoral atlántico cuando 41 ballenas pilotos encallaron y poco a poco fueron muriendo.
Las causas posibles son muchas, algunas aun indeterminadas. Los especialistas señalan la topografía compleja de las costas, los cambios bruscos en las condiciones oceanográficas, cambios también en las condiciones climáticas, disturbios geomagnéticos, accidentes en la persecución de presas o escape de predadores, efectos de toxinas naturales, efectos de polución antrópica y contaminación sonora, entre otras.
La Fundación Patagonia Natural explica que el comportamiento gregario de las ballenas Pilotos (Globicephala melas), también de las falsas orcas (Pseudorca crassidens) y cachalotes (Physeter macrocephalus), es igualmente motivo de los varamientos masivos. Agréguese además que cercano a aguas bajas suelen reunirse en grupos mucho mayores que en mar abierto, según la observación de los biólogos.
Una situación similar a la que está ocurriendo en las últimas temporadas de apareamiento en el sur americano, sucedió 20 años atrás, cuando en 1991, más de 400 ballenas pilotos se quedaron en Punta Tafor, también en el Golfo de San Jorge, Argentina.
Los ecólogos temen que en las proximas temporadas se repitan los tristes espectáculos de hace apenas dos décadas, o de un año antes, cuando al otro lado del globo, 140 ejemplares vararon también en la Isla King, al sur de Australia.
Aunque las causas son a veces ajenas al hombre, cabe destacar que el mayor predador de las ballenas, cuales quiera, es el ser humano. Por eso nos toca a nosotros ser los que iniciemos acciones para protegerlas, para rescatarlas de las playas y devolverlas al océano, para no comer ya más carne de ballena como si no pudieran acabarse, para limitar sus usos a la verdadera ciencia.
El drama de las ballenas ha llegado en más de una ocasión a la prensa de Nueva Zelanda, luego de haber traspasado la frontera de la vida en sus costas. Alrededor de 60 ballenas pilotos murieron en agosto de 2010 sin más, sin que el Departamento de Conservación del litoral pudiera hacer mucho por ellas. Este es otro de los sitios de encallamientos masivos donde se desconocen causas, y las medidas de salvación casi siempre llegan tarde, son difíciles y solo abren el camino a la vida a unas pocas de las que perdieron el rumbo.
Registros de la zona indican que desde 1840, más de cinco mil ballenas y delfines han varado en esa región.
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